La virtualidad y lo real se funden en las pantallas. Fluye la reflexión y la imagen en el espacio físico. El aprendizaje se materializa en la red invisible de persona, pantalla y mundo. Así lo entendió un humanista y utopista de principios del siglo XVII, Tommaso Campanella, que en su obra “La Ciudad del Sol” expone una propuesta educativa “nada utópica” para una sociedad ideal. Confiando en una educación no reglada, ni adscrita a límites espaciales o arquitectónicos. La ciudad se convierte en una gran escuela, sus muros (no los de facebook)se llenan de imágenes y se convierten en libros de textos para sus usuarios todos los ciudadanos que aprenden intuitivamente mimetizando sus experiencias cotidianas con un conocimiento cercano y permanente. De esta forma lo narra Campanella La Sabiduría hizo adornar las paredes interiores y exteriores, inferiores y superiores, con excelentes pinturas que en admirable orden representan todas las ciencias. En los muros exteriores del templo... están dibujadas todas las estrellas... en la parte interna del muro del primer círculo se hallan representadas todas las figuras matemáticas... en la parte externa de la pared del mismo círculo encuéntrese en primer término una descripción íntegra y al mismo tiempo detallada, de toda la Tierra. Esta descripción va seguida de las pinturas correspondientes a cada provincia, en las cuales se indican brevemente los ritos, las leyes, las costumbres, los orígenes y las posibilidades de sus habitantes... en el interior del segundo círculo, o sea, de las segundas habitaciones, están pintadas todas las clases de piedras preciosas y vulgares, de minerales y de metales Campanella[1]
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[1] T. CAMPANELLA, La Ciudad del Sol. (Edición Emilio García Estébanez) Madrid: Akal (2006). Pág 143.